Pero aquel día solo había veinte, me faltaban tres.
No podía ignorar el desasosiego de imaginarlos enredados entre los huecos de alguna nube, hasta que me percaté del nido que provocaba un zumbido continuo en mis oídos. Allí estaban los tres, escondidos del mundo exterior, buscando cobijo en el mío. Los albergué en secreto, evitando que sospecharan algo de esta cabeza mía llena de pájaros.
Y dejé volar mis pensamientos, haciendo creer al universo entero que estoy un poco menos cuerda cada día, para que nadie escuche mis palabras y me dejen vivir trinando con los jilgueros que ahora habitan mi cuerpo.