Las flores brotan a tu paso, las fuentes cambian de dirección, los adoquines pegan saltos para acercarse a tu voz.
Los colores se atenúan para destacar tu figura y hasta sol se resiste a marchar ofreciéndote el baño de luz de sus últimos rayos, justo antes de desmayarse ante el temido ocaso.
Pero tú ignoras los poemas que la ciudad cada día te recita, acostumbrada a ser tu dueña y ante nadie rendir cuentas.