Soy consciente de lo aterrada que te sientes en este momento, paralizada en medio de este cruce de fríos pasillos. Me aferro a tu mano, apretándola fuerte en un intento de transmitirte calma, pero mis dedos se muestran pesados, inmóviles, dándole fin a una extremidad que hace tiempo yace inerte. Quiero decirte que está bien, he asumido este final y puedes soltar el lastre para dejarme marchar. Pero mi voz no logra despegar, quedando anidada en mi garganta, sin palabra que articular.
Recuerdo esa canción de cuna que me susurrabas al oído cuando quien tenía miedo a la muerte era yo:
“Pequeño pedacito de mi corazón,
no olvides que nos une un largo cordón,
invisible para todos excepto para nosotros dos.”
Llegó mi hora mamá, pero antes de irme pediré que mires bajo la cama una vez más, sabes que si hubiese algún monstruo no podría descansar.