En estos días en los que vivimos más rápido que nuestros latidos, el ruido alrededor es tan estridente y continuo que no somos capaces de escuchar nuestros propios pensamientos, cayendo abrumados en una frenética rutina difícil de domesticar.
Y aunque es difícil aislarse de todo ese bullicio, es bueno disponer de un rincón en el que perderse, un paraíso real o imaginario en el que despojarnos de las presiones y tensiones que buscan refugio en nuestro pecho. Un espacio propio, íntimo, que nos transporta a un lugar casi desconocido, o demasiado familiar, donde la mente es libre para detenerse un momento y recalibrar su dirección.