sus calles me hablaron de ti,
solo que tú no lo sabes.
Nunca lo supiste y nunca lo sabrás.
Tres o cuatro segundos, tres o cuatro latidos, fue lo que tardó la música de aquel coche en inundar mis oídos con los punzantes acordes de nuestra canción. Y en inundar mis ojos, borrando al mundo su color, para convertir de nuevo todo en una foto en blanco y negro.
Y aun habiendo pasado veinte años,
la piel se vuelve a romper,
justo en el punto donde lo hizo aquella vez.
Porque en el fondo nunca llegó a sanar
y nunca pudo dejar de sangrar,
solo que tú no lo sabes.
Nunca lo supiste y nunca lo sabrás.
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